sábado, 23 de enero de 2010

Conversación circular

Y dijo:
- Me rapé hasta los pelos del culo.
Y la otra le preguntó:
- ¿Pica?
- Todavía no. Eso pasa recién cuando empiezan a crecer de nuevo. Igual, por cualquier cosa, me estoy dejando crecer las uñas.
- ¿Y vos pensas que las uñas van a crecer más rápido que el pelo?
- Depende de donde crezcan.
- Y ... las uñas sólo crecen en los dedos.
- Los pelos.
- No, casi nadie tiene pelos en los dedos.
- La gente peluda tiene pelos en todos lados.
- Menos en la lengua.
- Y eso ha de ser por las cosas que se meten en la boca...
- ¡Peor será lo que te metes en el culo!
- Hasta ahora sólo una maquinita de afeitar.
- ¿Y pica?
- Si. Ya empezaron a crecer.
- A ver, mostrame las manos.



Las ideas surgen de cualquier lado... como por ejemplo un mensaje de texto de Emilse diciendo: "decile que me rapé hasta los pelos del culo". Cómo se llego a eso, es muy largo de contar y no viene al caso. Aquí se puede apreciar que de cualquier cosa puede salir verdaderamente cualquier cosa.

lunes, 18 de enero de 2010

Ratios

- Señor, llegó el reporte de la división Tierra, sistema Solar 278632568. Otra vez los números no dan.

- ¿Cuanto hace que mandamos al interventor?

- Dos mil años y pico.

- ¿Esta gente tiene memoria?

- De corto plazo.

- No alcanza. No están llegando a ningún lado. A estas alturas deberían haber acumulado la suficiente energía cósmica para el autoabastecimiento y reproducción de la vida. ¿Qué salió mal?

- El principal déficit lo tienen en el amor al prójimo. Los ratios muestran una caída abrupta.

- ¿Y que dicen los encargados del proyecto?

- Que dentro de sus atribuciones hicieron todo lo que estaba a su alcance. Se aparecieron infinidad de veces, aconsejaron, dictaron libros y gastaron todo el cupo de milagros. Pero al parecer esta gente no entiende. El equipo se dio por vencido.

- Eso es un problema. Tendría que transferir un nuevo equipo desde otro universo. ¿Cómo está el ratio de hambre?

- Increíblemente alto para los recursos que tiene el planeta.

- ¿Y el de fe?

- Débil. Bajó de forma proporcional a la subida del ratio de tiempo dedicado a mirar televisión.

- Ya me parecía que darles ese invento iba a traer malas repercusiones. Tome nota: Suspender la inserción del invento TV en los planetas de nivel bajo.

- Anotado.

- ¿Tenemos algún equipo disponible?

- No señor.

- ¿Hay vida en otro planeta del sistema? Podríamos hacer una selección y transferir a los elementos más valiosos.

- Ningún planeta del sistema es habitable para esa forma de vida. Fue un proyecto experimental.

- Recuérdeme hablar con el genio que lo ideo. ¿Sabe quién fue?

- Satanás.

- Entiendo, lo hizo para molestarme. Tiene bien ganado su despido.

- ¿Y que hacemos con la tierra?

- En vistas a los resultados, creo que no tiene ningún sentido continuar con el proyecto.


Con un solo pensamiento, el Sol se apagó.



Basado en una idea de Juan Pablo Da Rocha donada al banco de ideas de: http://transfusiones.cruzagramas.com.ar/




domingo, 10 de enero de 2010

Sé que podría

haber usado cada segundo de tu último silencio, para clavarte un tenedor en las pupilas, o quizás haberte sacado los ojos de ternero con una cucharita de té.

Sé que podría haberte arrancado esa lengua inútil con una tenaza y habérsela servido a los perros, aunque después tuvieran una muerte lenta.

Quizás, tu único te amo se lo debería haber dado a esos que tienen todo en la vida, para que tengan menos. Y tal vez si, tal vez debería haberle tirado las migajas de tu tiempo a las palomas, y que murieran de aburrimiento.

Sé que podría haberte sacrificado en una plaza pública; lo habría hecho en nombre de todas las mujeres despechadas, y tu pira funeraria hubiera sido la piedra fundamental del monumento a la falta de cojones.

Sé que podría haberlo hecho, porque todo te lo habrías merecido. Todo, menos cuanto te quise.


"El monumento"

jueves, 7 de enero de 2010

Lo que queda atrás

El bosque al mediodía, enfocado de lleno por el sol, parecía alegre. Los árboles se mecían al compás del viento y el ruido del río se escuchaba por sobre el chasquear de las hojas.

Entró como quien elige un camino seguro: paso firme, frente alta y una sonrisa en la cara. El ruido de sus pasos era el crujir de piedras y ramas aplastadas. La brisa, cargada de olor a tierra y agua, le acariciaba las orejas trayéndole el canto de algún pájaro escondido.

Al caminar respiraba profundo, nutriéndose de la naturaleza, absorbiendo la paz del entorno.

Ellos lo olieron desde lejos, escucharon su respiración. Se acercaron escondiéndose entre los ruidos más comunes y empezaron a seguirlo.

El los sintió a su vez, percibió su hambre. Apuró el paso, como jugando a sentirse perseguido.

Ellos se arremolinaban mezclándose unos con otros, levantando polvo y hojas. Apenas perceptibles, eran una mancha oscura que flotaba al ras del piso.

El no se dio vuelta; sabía que no los vería y que tampoco hacía falta. Su hálito sombrío estaba cerca, tan cerca que los pelos de cuerpo se le erizaron involuntariamente. Se rió por lo bajo y empezó a correr.

Ellos giraron con más prisa, emitiendo un murmullo ahogado, mezcla de lamentos y suspiros. Debían apurar la marcha si deseaban alcanzarlo. Hacía tiempo que no saboreaban esas lágrimas, que no libaban ese miedo.

Al llegar a los árboles que preceden al río, él dobló. Casi sin aire, llegó hasta el borde y se tomó un segundo eterno y sostenido.

Ellos lo observaron con espanto, estaban a pocos metros pero aún así no llegarían a tiempo. Se escuchó un aullido triste, de ayer olvidado.

El abrió los brazos y los dejó atrás. Había aprendido a volar.


Imagen basada en una fotografía de Sebastián Barrasa "El Zaiper"


miércoles, 6 de enero de 2010

Disfraces

Se conocieron en Humahuaca, en esa escalera que va al monumento al indio. Gómez se había sentado primero en el decimotercer escalón. Pérez llegó después haciendo un firulete con su sombrero.
Aunque sus apellidos de oficinistas quisieran desmentirlo, a simple vista se notaba que eran pindringos. Por eso Pérez decidió sentarse en el mismo escalón y bien cerca, a escucha de oreja.
Como dos buenos pindringos reconocibles a simple vista, empezaron una a conversar serena y legufamente. La conversación duró varias horas de remolinos de viento y nubes pasajeras. La plaza se fue llenando de proverbios turcos y de los otros, hasta que la estatua del indio, parada más arriba con la boca abierta, casi se descuelga por el peso de las utopías.
Al final, y como para redondear, Gómez sacó del bolsillo una caja de pastillas amargas, con el fin de olerlas y rememorar su pasado. Con la mirada húmeda, dijo que nunca lo habían echado de la ciudad, que él sólo decidió irse al norte, a probar si era cierto que las bolas de pasto levantan velocidades de meteorito. Porque así debía ser la vida, una bola que pasa sacando chispas en la tierra seca y si uno no se sube, no vuela, no corre, no se moja.
Pérez, ante tal hemorragia de palabras, casi no pudo meter un bocadillo, ni de queso ni de dulce de leche, pero por desgracia, cuando Gómez legufaba sobre la capacidad de filistearse del ciudadano común, Pérez llegó a decir que había evidencias irrefutables que demostraban que las luciérnagas podían filistear en el asfalto. Y eso fue lo que hizo dudar a Gómez, que ni bien escuchó esas palabras, pensó que aunque Pérez hablaba legufamente y abrazaba los mismos ositos de peluche que él en la niñez, había hecho demasiadas preguntas. Llegó hábilmente a la conclusión de que ningún pindrigno que se jacte de su condición diría jamás que algo puede filistear en el asfalto, ni las luciérnagas, ni las mariposas, ni siquiera las hojas secas que bailan como locas sin que les importen los semáforos. Los pindrignos estaban fervientemente en contra del asfalto, del trabajo bajo patrón y del baño.
Con un ágil e inevitable movimiento de hata yoga, Gómez le arrancó el gorro apindringado a Pérez y revolvió en su interior hasta encontrar la etiqueta probatoria: decía “MADE IN TAIWAN” y eso, además de decir lo que decía, también quería decir que toda la cháchara legufa había sido una estafa a la ideología pindringa. Indignado ante el cuento de las luciérnagas filisteantes, y ante la mentira, le clavó a Pérez una mirada de asesino vegetariano.
Con la cabeza gacha y despeinada por el arrebato, Pérez confesó: Si, soy solo un periodista.


Por si no fue claro, filistear es esa capacidad que tienen las pequeñas cosas de elevarnos la comisura de los labios.

lunes, 4 de enero de 2010

El fin de los piratas

Estaban los monumentos sentados en sus regios aposentos, comiendo mandalas, fumando cábalas y bebiendo lunas mohosas de a sorbos pequeños y lentos.

SEAN los archipiélagos, dijeron.

Y los archipiélagos fueron a sentarse al borde de las costas ovaladas y a romperse la cabeza contra las olas. Sonrieron como los chicos que salen al recreo y se parten los dientes jugando a la mancha. Despeinándose los grumos, escupieron piedras y cantaron canciones de borrachos.

Los piratas que los vieron desde lejos, quisieron compartir la algarabía. No importaron ni los cantos de sirenas, ni los tesoros apilados en la arena. Se lanzaron de lleno contra los acantilados, a estallar en mil pedazos sus barcos desvelados.

sábado, 2 de enero de 2010

Noticia roja

Si un camión repleto de tomates volcara en el avenida Santa Fe sería un bochorno. ¿Donde se ha visto circular un camión de esa calaña por tal avenida?
Los autos que vinieran detrás arrollarían sin piedad a los tomates desparramados dejando manchas enrojecidas en el asfalto. El camionero y su vergüenza huirían de la escena llevándose sólo su anonimato. La gente se agolparía en las esquinas con las manos apoyadas en la cintura. Muchos perritos blancos se escaparían de sus horrorizadas dueñas para olisquear y lamer los tomates aplastados.
Todos moriríamos de ganas de agarrar los tomates a patadas, y quizás también a algún perrito, pero no lo haríamos porque somos gente grande. Hasta que en algún momento, cuando despunte el aburrimiento, alguien se acordaría del precio de los tomates. La gente se miraría de reojo, como hacen antes de empezar una carrera, y cuando el más osado diera el primer paso, la jauría entera se lanzaría a la caza de los tesoros rojos. La escena recordaría a las hormigas africanas que en minutos cubren a un animal muerto.
Se vería a una señora de edad avanzada, encaramarse al camión volcado esgrimiendo con gesto triunfal el tomate más rojo de la montaña.
Un rato después, la policía y los bomberos pasarían a buscar al camión vacío. Los tomates aplastados se quedarían esperando a los barrenderos.
El tránsito se normalizaría, los noticieros repetirían la noticia a las ocho de la noche.
Al día siguiente sólo quedaría el recuerdo, y al siguiente a ese, sólo la idea de qué pasaría si un camión repleto de tomates volcara en la avenida Santa Fe.