lunes, 18 de mayo de 2009

El cuento de Anita



Había una vez, una nenita regordeta llamada Anita, a la que le gustaba mucho leer y escribir. Su vida estaba llena de letras. Ya de chiquita escribía poemas y leía muchos cuentos de hadas y dragones, por lo que también creía seriamente en la magia.
Anita estaba muy convencida de que, además de casarse con un príncipe azul, tendría éxito y fortuna. Sus papás le habían dicho eso y ¿como no iba a ser cierto si lo decían sus papás?
La nenita siguió escribiendo y leyendo hasta que un día, cuando aún era muy joven, tuvo que elegir a donde realizar sus estudios. Ella sabía que le encantaban las letras y todas las cosas que tuvieran que ver con la creación de algo nuevo; que esa era la magia que más le gustaba.
Pero resulta que en su casa vivía un fantasma muy molesto, el fantasma de no llegar a fin de mes. Este ser amenazador iba y venia, iba y venia, poniendo a los papás de Anita muy tristes.
La nenita pensó: A mi no me va a asustar este fantasma. Yo voy a aprender una magia muy poderosa para espantarlo.
Y entonces se inscribió en un colegio muy serio, donde enseñaban a llegar a fin de mes con números negros en vez de rojos. También se buscó un trabajo en un lugar donde se contaban números, se prestaban números y se guardaban números. Pero aunque seguía leyendo y no podía olvidarse de las letras, no volvió a escribir.
Pasaron los años y todo parecía ir bien, hasta que una vez, cuando ya había logrado espantar al fantasma de no llegar a fin de mes, fue atacada por un extraño encantamiento: Cada vez que se sentaba en un aula del colegio, o cuando intentaba leer un libro con números, se quedaba profundamente dormida. Un día, hasta llegó a dormir 13 horas seguidas antes de un examen de “Números para la corona”.
Asustada por este malestar, Anita intentó aprender mil magias diferentes para ver si con eso podía evitar el sueño. Hizo magia con madera, magia con la mente, magia en otros idiomas, danzas mágicas y alguna que otra cosa más, pero como seguía haciendo cualquier cosa menos leer sobre números, decidió consultar a una bruja.
Pasó mucho tiempo hablando de su vida mientras la bruja anotaba todo en su cuaderno encantado, y estaba encantado porque si uno le hacia una pregunta, aparecían como diez preguntas más.
Y así, pregunta va, pregunta viene, Anita se dio cuenta de que los fantasmas tardan en morir, y que a veces uno no se escapa corriendo, sino durmiendo.
También se dio cuenta de que en el mundo había sapos con corona, y príncipes con patas de rana, pero que el príncipe azul vivía en un cuento.
Después de mucho tiempo de hablar y hablar junto a la bruja, logró terminar el colegio de números. Y ahí, quizás por miedo a dormirse otra vez, decidió no volver nunca más.
Hoy Anita sigue visitando regularmente a la bruja. Aún se pregunta si en algún lugar del mundo mágico los números y las letras pueden convivir en armonía, y no matarse entre si. Se lo pregunta pero en el fondo, sabe que las letras son más. Sabe que tarde o temprano, ellas ganaran la batalla y ya no quedará ningún fantasma.

Algunos años después...

cuando nada era color de rosa...

¿Qué ha pasado por tu mente en estos años?
Que me dices que has perdido la esperanza
que se ha cortado ya el hilo de tus sueños
y en tu favor ya no se inclina la balanza.

¿Qué ha pasado con la niña cuyos versos
emocionaron a tantos corazones?
¿En qué triste mar están inmersos
esos poemas que inspiraban las pasiones?

Recuerda que los principios que ayer atesorabas
terca y quizás algo altanera,
te indicaban el camino que anhelabas
pero el destino tuvo otras maneras.

Hoy piensas que la vida
es un océano de desilusiones,
que las verdades te son desconocidas
y que fúnebres, son todas las canciones.

Recuerda que vidas como esta
tendrás otras mil, o mil millones
disfruta y haz que todo sea una fiesta
que a nadie agradan los espíritus llorones.

domingo, 10 de mayo de 2009

Erase una vez una niña de 16 años,

a la que llamaban Anita Soledad, que escribió su primer poema, y decía así:


Será que tanta tinta hay en mis venas
para escribir la mejor de las historias,
cien hojas llenar de cosas buenas
y mil andanzas comenten mis memorias.

Será por eso que mi espíritu desgarran
esos minutos inútiles, desiertos,
y me sacude con su maligna garra
el silencio del tiempo que se ha muerto.

Será por eso que no puedo soportar
ver como en vano se pasan los segundos,
y cuando sueño ya no quiero despertar
y ver que nada he hecho yo en este mundo.

Quiero crear un alto campanario
que no caiga entre las llamas del olvido,
que repiquen las campanas por mil años
en señal de lo mucho que he vivido.

Quiero recorrer el mundo entero
y conocer la belleza de las cosas,
y aunque muera en un triste basurero
saber que mi vida ha sido hermosa.

Quiero aprender la esencia de los seres,
llegar a los rincones mas profundos,
saber que buscan los hombres y mujeres
desde niños a viejos, moribundos.

Quiero comprender a la naturaleza
desde lo inmenso a lo pequeño, diminuto,
contemplar toda la tierra y su grandeza
y ver el sol que la devore en un minuto.

Quiero enfrentarme con la muerte cara a cara,
y refregarle que viví cada momento,
quiero que me lleve donde la vida se acaba
solo para esperar un nuevo nacimiento.

Aunque sea una locura, un sueño sin razón
se que lograré mi lunática ambición:
la de no ver mi tinta malgastada
escribiendo cien veces “No he hecho nada”.


Esto fue allá por febrero del 1997, una época donde todo era posible, cuando me di cuenta de que me gustaba escribir...