Había una vez, una nenita regordeta llamada Anita, a la que le gustaba mucho leer y escribir. Su vida estaba llena de letras. Ya de chiquita escribía poemas y leía muchos cuentos de hadas y dragones, por lo que también creía seriamente en la magia.
Anita estaba muy convencida de que, además de casarse con un príncipe azul, tendría éxito y fortuna. Sus papás le habían dicho eso y ¿como no iba a ser cierto si lo decían sus papás?
La nenita siguió escribiendo y leyendo hasta que un día, cuando aún era muy joven, tuvo que elegir a donde realizar sus estudios. Ella sabía que le encantaban las letras y todas las cosas que tuvieran que ver con la creación de algo nuevo; que esa era la magia que más le gustaba.
Pero resulta que en su casa vivía un fantasma muy molesto, el fantasma de no llegar a fin de mes. Este ser amenazador iba y venia, iba y venia, poniendo a los papás de Anita muy tristes.
La nenita pensó: A mi no me va a asustar este fantasma. Yo voy a aprender una magia muy poderosa para espantarlo.
Y entonces se inscribió en un colegio muy serio, donde enseñaban a llegar a fin de mes con números negros en vez de rojos. También se buscó un trabajo en un lugar donde se contaban números, se prestaban números y se guardaban números. Pero aunque seguía leyendo y no podía olvidarse de las letras, no volvió a escribir.
Pasaron los años y todo parecía ir bien, hasta que una vez, cuando ya había logrado espantar al fantasma de no llegar a fin de mes, fue atacada por un extraño encantamiento: Cada vez que se sentaba en un aula del colegio, o cuando intentaba leer un libro con números, se quedaba profundamente dormida. Un día, hasta llegó a dormir 13 horas seguidas antes de un examen de “Números para la corona”.
Asustada por este malestar, Anita intentó aprender mil magias diferentes para ver si con eso podía evitar el sueño. Hizo magia con madera, magia con la mente, magia en otros idiomas, danzas mágicas y alguna que otra cosa más, pero como seguía haciendo cualquier cosa menos leer sobre números, decidió consultar a una bruja.
Pasó mucho tiempo hablando de su vida mientras la bruja anotaba todo en su cuaderno encantado, y estaba encantado porque si uno le hacia una pregunta, aparecían como diez preguntas más.
Y así, pregunta va, pregunta viene, Anita se dio cuenta de que los fantasmas tardan en morir, y que a veces uno no se escapa corriendo, sino durmiendo.
También se dio cuenta de que en el mundo había sapos con corona, y príncipes con patas de rana, pero que el príncipe azul vivía en un cuento.
Después de mucho tiempo de hablar y hablar junto a la bruja, logró terminar el colegio de números. Y ahí, quizás por miedo a dormirse otra vez, decidió no volver nunca más.
Hoy Anita sigue visitando regularmente a la bruja. Aún se pregunta si en algún lugar del mundo mágico los números y las letras pueden convivir en armonía, y no matarse entre si. Se lo pregunta pero en el fondo, sabe que las letras son más. Sabe que tarde o temprano, ellas ganaran la batalla y ya no quedará ningún fantasma.
Anita estaba muy convencida de que, además de casarse con un príncipe azul, tendría éxito y fortuna. Sus papás le habían dicho eso y ¿como no iba a ser cierto si lo decían sus papás?
La nenita siguió escribiendo y leyendo hasta que un día, cuando aún era muy joven, tuvo que elegir a donde realizar sus estudios. Ella sabía que le encantaban las letras y todas las cosas que tuvieran que ver con la creación de algo nuevo; que esa era la magia que más le gustaba.
Pero resulta que en su casa vivía un fantasma muy molesto, el fantasma de no llegar a fin de mes. Este ser amenazador iba y venia, iba y venia, poniendo a los papás de Anita muy tristes.
La nenita pensó: A mi no me va a asustar este fantasma. Yo voy a aprender una magia muy poderosa para espantarlo.
Y entonces se inscribió en un colegio muy serio, donde enseñaban a llegar a fin de mes con números negros en vez de rojos. También se buscó un trabajo en un lugar donde se contaban números, se prestaban números y se guardaban números. Pero aunque seguía leyendo y no podía olvidarse de las letras, no volvió a escribir.
Pasaron los años y todo parecía ir bien, hasta que una vez, cuando ya había logrado espantar al fantasma de no llegar a fin de mes, fue atacada por un extraño encantamiento: Cada vez que se sentaba en un aula del colegio, o cuando intentaba leer un libro con números, se quedaba profundamente dormida. Un día, hasta llegó a dormir 13 horas seguidas antes de un examen de “Números para la corona”.
Asustada por este malestar, Anita intentó aprender mil magias diferentes para ver si con eso podía evitar el sueño. Hizo magia con madera, magia con la mente, magia en otros idiomas, danzas mágicas y alguna que otra cosa más, pero como seguía haciendo cualquier cosa menos leer sobre números, decidió consultar a una bruja.
Pasó mucho tiempo hablando de su vida mientras la bruja anotaba todo en su cuaderno encantado, y estaba encantado porque si uno le hacia una pregunta, aparecían como diez preguntas más.
Y así, pregunta va, pregunta viene, Anita se dio cuenta de que los fantasmas tardan en morir, y que a veces uno no se escapa corriendo, sino durmiendo.
También se dio cuenta de que en el mundo había sapos con corona, y príncipes con patas de rana, pero que el príncipe azul vivía en un cuento.
Después de mucho tiempo de hablar y hablar junto a la bruja, logró terminar el colegio de números. Y ahí, quizás por miedo a dormirse otra vez, decidió no volver nunca más.
Hoy Anita sigue visitando regularmente a la bruja. Aún se pregunta si en algún lugar del mundo mágico los números y las letras pueden convivir en armonía, y no matarse entre si. Se lo pregunta pero en el fondo, sabe que las letras son más. Sabe que tarde o temprano, ellas ganaran la batalla y ya no quedará ningún fantasma.