Cuando venga el torfeino agarrensé. Su llegada está escrita en las estrellas, en los sueños, en las puertas de los baños. Cuando venga no vamos a saber qué es arriba y que es abajo. Ya van a ver, el caos nos reptará entre las piernas.
De repente los semáforos se pondrán bizcos y las calles cambiarán de dirección. Los árboles saldrán a perseguir las ruedas de los camiones y los perros enterraran la cola y se quedaran tiesos. No estoy inventando; no. El torfeino viene, y pronto.
Un día de estos vamos a ver como se nos cae la piel y crece el pasto. Los pájaros anidarán en nuestras cabezas y pondrán huevos con gusto a banana; y las bananas harán huelga de hambre.
No se podrá dormir; no tendremos ojos que cerrar ni boca con qué bostezar. Soñaremos despiertos con almohadas de espuma y sábanas sensuales.
Nos crecerá un bonete en cada oreja y un chorizo colorado en la nariz. No habrá más gente linda; seremos todos feos, del primero al último, y nos reiremos a carcajadas moviendo las axilas.
Y lo más importante, lo más contagioso, es que el corazón de cada uno latirá al unísono con los demás corazones y se escuchará por la calles como un gran tambor. Y mientras el torfeino se mezcla con el aire, el latido se irá acelerando hasta convertirse en una chacarera, porque cada cual se enamorará perdidamente del vecino y saldremos todos juntos tomar el té a la luz de una veleta.