Seguro que las viste, son esas señoras gordas que van vestidas de gris y blanco, que pasean en manada, panza arriba, como si estuvieran haciendo la plancha.
Casi siempre andan por el cielo, pero algunas son curiosas y se agachan para ver que está pasando abajo, cerca de la tierra. Cuando bajan no hay quien las pare, se cuelan por los rincones, tapan los carteles, esconden las puntas de los edificios, y a veces no te dejan ver ni lo que hay en la vereda de enfrente.
Pero no lo hacen de malas, de metidas nomás. Si son tan buenas que si te quedás mirándolas un rato te regalan conejos, ositos de peluche, monstruos de nieve y, a veces, hasta pochoclos gigantes.
¿Sabías que antes de salir a dar una vuelta gastan fortunas en la peluquería para hacerse los ruleros? Son muy coquetas, y además pasan horas tostándose al sol. Pero cuando el viento las despeina ahí agarrate, se ponen negras de la bronca. Seguro que alguna vez las escuchaste gritar. Sus voces de trueno dan miedo. Lo peor es que después del griterío, se quedan un rato en silencio, toman aire y de repente, se largan todas juntas a llorar. Ahí no queda otra que abrir los paraguas, suspender los picnics y sacar la ropa de la soga.
Así que la próxima vez que las veas acordate de pedirles un osito o un conejo, y si están muy despeinadas, mejor metete abajo de un toldo.
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