Los autos que vinieran detrás arrollarían sin piedad a los tomates desparramados dejando manchas enrojecidas en el asfalto. El camionero y su vergüenza huirían de la escena llevándose sólo su anonimato. La gente se agolparía en las esquinas con las manos apoyadas en la cintura. Muchos perritos blancos se escaparían de sus horrorizadas dueñas para olisquear y lamer los tomates aplastados.
Todos moriríamos de ganas de agarrar los tomates a patadas, y quizás también a algún perrito, pero no lo haríamos porque somos gente grande. Hasta que en algún momento, cuando despunte el aburrimiento, alguien se acordaría del precio de los tomates. La gente se miraría de reojo, como hacen antes de empezar una carrera, y cuando el más osado diera el primer paso, la jauría entera se lanzaría a la caza de los tesoros rojos. La escena recordaría a las hormigas africanas que en minutos cubren a un animal muerto.
Se vería a una señora de edad avanzada, encaramarse al camión volcado esgrimiendo con gesto triunfal el tomate más rojo de la montaña.
Un rato después, la policía y los bomberos pasarían a buscar al camión vacío. Los tomates aplastados se quedarían esperando a los barrenderos.
El tránsito se normalizaría, los noticieros repetirían la noticia a las ocho de la noche.
Al día siguiente sólo quedaría el recuerdo, y al siguiente a ese, sólo la idea de qué pasaría si un camión repleto de tomates volcara en la avenida Santa Fe.
Todos moriríamos de ganas de agarrar los tomates a patadas, y quizás también a algún perrito, pero no lo haríamos porque somos gente grande. Hasta que en algún momento, cuando despunte el aburrimiento, alguien se acordaría del precio de los tomates. La gente se miraría de reojo, como hacen antes de empezar una carrera, y cuando el más osado diera el primer paso, la jauría entera se lanzaría a la caza de los tesoros rojos. La escena recordaría a las hormigas africanas que en minutos cubren a un animal muerto.
Se vería a una señora de edad avanzada, encaramarse al camión volcado esgrimiendo con gesto triunfal el tomate más rojo de la montaña.
Un rato después, la policía y los bomberos pasarían a buscar al camión vacío. Los tomates aplastados se quedarían esperando a los barrenderos.
El tránsito se normalizaría, los noticieros repetirían la noticia a las ocho de la noche.
Al día siguiente sólo quedaría el recuerdo, y al siguiente a ese, sólo la idea de qué pasaría si un camión repleto de tomates volcara en la avenida Santa Fe.
ojo, las viejas paquetas son las peores.
ResponderEliminary ni hablar si fuera un camion de limones!
Tambien quedaría entre todos los ladrones de tomates ,el alegre recuerdo de la comida mas sabrosa por haber sido robada al camion verde unicornio.Diana,
ResponderEliminarMuy buena reflexión. No hay uva más rica que la del racimo robado en Mendoza (el que diga lo contrario, miente)
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