Ese día, como tantos otros, no sabía dónde buscar, así que se subió al primer colectivo que pasaba. Se paró frente a la máquina con cara de desilusión. El chofer pareció compadecerse y le marcó el boleto más barato. Él no lo contradijo.
Distraídamente metió la mano en un bolsillo y vació el contenido en la máquina. Entre las monedas se fueron dos pelusas y un botón. El boleto tardó en salir. Cuando lo hizo, el papel estaba doblado en forma de barquito. Él esperó hasta sentarse en un asiento del fondo para desdoblarlo. En el medio de la hoja, coronada por una equis dibujada con crayón, se leía la frase: Usted se encuentra aquí y ahora. Terminó de leer y levantó la vista. Se prendieron todas las luces del colectivo. Alguien gritó ¡PARADA! y todo se detuvo.
Y fue en ese momento cuando se dio cuenta que tantos boletos, tantos pasajes de avión, tantos kilómetros recorridos, sólo lo habían llevado a estar en ese lugar y en ese momento.
Miró por la ventanilla y entre las multitudes, los carteles y los puestos de diarios, vio algo que brillaba. Era una señal, o no. Con la seguridad que le daba saber su lugar en el mundo, tocó el timbre y a la vuelta de una esquina se bajó.
Y fue en ese momento cuando se dio cuenta que tantos boletos, tantos pasajes de avión, tantos kilómetros recorridos, sólo lo habían llevado a estar en ese lugar y en ese momento.
Miró por la ventanilla y entre las multitudes, los carteles y los puestos de diarios, vio algo que brillaba. Era una señal, o no. Con la seguridad que le daba saber su lugar en el mundo, tocó el timbre y a la vuelta de una esquina se bajó.
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