miércoles, 6 de enero de 2010

Disfraces

Se conocieron en Humahuaca, en esa escalera que va al monumento al indio. Gómez se había sentado primero en el decimotercer escalón. Pérez llegó después haciendo un firulete con su sombrero.
Aunque sus apellidos de oficinistas quisieran desmentirlo, a simple vista se notaba que eran pindringos. Por eso Pérez decidió sentarse en el mismo escalón y bien cerca, a escucha de oreja.
Como dos buenos pindringos reconocibles a simple vista, empezaron una a conversar serena y legufamente. La conversación duró varias horas de remolinos de viento y nubes pasajeras. La plaza se fue llenando de proverbios turcos y de los otros, hasta que la estatua del indio, parada más arriba con la boca abierta, casi se descuelga por el peso de las utopías.
Al final, y como para redondear, Gómez sacó del bolsillo una caja de pastillas amargas, con el fin de olerlas y rememorar su pasado. Con la mirada húmeda, dijo que nunca lo habían echado de la ciudad, que él sólo decidió irse al norte, a probar si era cierto que las bolas de pasto levantan velocidades de meteorito. Porque así debía ser la vida, una bola que pasa sacando chispas en la tierra seca y si uno no se sube, no vuela, no corre, no se moja.
Pérez, ante tal hemorragia de palabras, casi no pudo meter un bocadillo, ni de queso ni de dulce de leche, pero por desgracia, cuando Gómez legufaba sobre la capacidad de filistearse del ciudadano común, Pérez llegó a decir que había evidencias irrefutables que demostraban que las luciérnagas podían filistear en el asfalto. Y eso fue lo que hizo dudar a Gómez, que ni bien escuchó esas palabras, pensó que aunque Pérez hablaba legufamente y abrazaba los mismos ositos de peluche que él en la niñez, había hecho demasiadas preguntas. Llegó hábilmente a la conclusión de que ningún pindrigno que se jacte de su condición diría jamás que algo puede filistear en el asfalto, ni las luciérnagas, ni las mariposas, ni siquiera las hojas secas que bailan como locas sin que les importen los semáforos. Los pindrignos estaban fervientemente en contra del asfalto, del trabajo bajo patrón y del baño.
Con un ágil e inevitable movimiento de hata yoga, Gómez le arrancó el gorro apindringado a Pérez y revolvió en su interior hasta encontrar la etiqueta probatoria: decía “MADE IN TAIWAN” y eso, además de decir lo que decía, también quería decir que toda la cháchara legufa había sido una estafa a la ideología pindringa. Indignado ante el cuento de las luciérnagas filisteantes, y ante la mentira, le clavó a Pérez una mirada de asesino vegetariano.
Con la cabeza gacha y despeinada por el arrebato, Pérez confesó: Si, soy solo un periodista.


Por si no fue claro, filistear es esa capacidad que tienen las pequeñas cosas de elevarnos la comisura de los labios.

2 comentarios:

  1. Hiciste de Gómez, un personaje respetable y muy querible.
    ¡Yo quisiera ser una pindringa!

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  2. Yo a veces soy pindringa, pero en algun momento tengo que volver al asfalto, al patron y al baño (lastima).
    Muy linda historia pindringa!!!

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