lunes, 1 de noviembre de 2010

Vaivén


Se siente sobre rieles, moviéndose en el túnel. Y en él un hombre con turbante que no ve los asientos enfrentados, ni las manos que se agarran. Justo a tiempo todo se detiene. Por las puertas que se abren y se cierran bajan zapatos en punta, suben botas. La voz en el aire canta distintas estaciones. El vaivén vuelve. La mujer gorda de naranja observa la ventana, negra, como el túnel. La cabeza con mil trenzas a un metro de un chino que esta al lado un judío que lo ignora que sonríe con su kipá bien apretada bajo la mirada de unos ojos que resaltan, fluorescentes, desde un fondo marrón casi azulado. Y se ríe. Y los dientes encandilan a una madre que se asoma desde un velo, violeta, resignada. Ve bolsas de supermercado, celulares. Su hijo ve rodillas que se mecen sobre un suelo de goma y levanta la cabeza y me mira y el vaivén entrelaza las miradas en el aire, unifica, mezcla los colores, mezcla el tedio. Y los funde con la ropa, con el sueño, con la piel. Y en un solo un vagón se mezcla el mundo y es el mundo el que se mezcla, en un vaivén, en las profundidades de París.

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