martes, 4 de enero de 2011

Por esa mitad

¿Que probabilidades hay de sacar una
tarjeta del Pictionary y que justo
sea la tarjeta de categorías
que se coló entre las otras?


Yo no creo en eso de la media naranja. Todos dicen que el secreto para ser feliz es encontrarla, pero a mi no me gusta que me falte una mitad. Detesto andar así, dividida, con las semillas al aire, mostrando los gajos. Me frustra que digan que sólo hay una mitad justa para cada uno.
Para empezar hay tantas personas en el mundo que las estadísticas ya desmotivan. Localizar la otra mitad sería como pescar un lente de contacto en la pileta del club, o encontrar un poroto en un pelotero.

¿Y que pasaría si justo mi media naranja hubiera nacido en China? Mil millones de réplicas. ¿Y yo voy a andar preguntando uno por uno? Y ni hablar si viviera en la Antártida o en un oasis en el medio del Sahara. Que fuera de acá, de Buenos Aires, sería casi un milagro. Eso sin contar que algunos idealizan tanto a la otra mitad, que al final nadie tiene el color justo, la jugosidad necesaria o la mejor semilla. Y que otros tienen tal desesperación por encontrar a esa otra mitad que, aunque las diferencias salten a la vista, son capaces de enamorarse de
medio tomate y pintarlo de amarillo.
Y encima en el fondo, a muchos les da miedo encontrar la media naranja, porque parece que cuando se la encuentra todo se vuelve muy formal. Hay que prometer quedársela para toda la vida, cuidarla aunque se pudra, quererla para siempre. ¿Si después con el tiempo la otra mitad se pone agria y se convierte en medio limón? ¿Y si engordo tanto que me vuelvo media sandía?

Al final todo es relativo, después de un tiempo a las medias naranjas les dan ganas de buscar medias manzanas, a las medias manzanas se les da por las peras y así no hay fruta que aguante.
Entonces, ¿por qué tanta necesidad de buscar? ¿Por qué siempre nos tiene que faltar algo? Cinco pal peso, caramelos del frasco, medias naranjas. ¿No es mejor andar enteros por la vida? No tener que esforzarse por encajar en la mitad de nadie, ni depender de que ocurra un milagro para ser feliz.
Creo que si no anduviéramos tan obsesionados con la búsqueda, si no pesaran tanto las expectativas, si no sintiéramos la falta de toda una mitad, sería más fácil encontrarse con los demás. Y entonces cuando nos cruzáramos con un melón o una nuez seríamos capaces de quererlos igual, así como son, para siempre o por un rato, no importa. Y si justo apareciera otra naranja, entera, jugosa, justo justo de nuestro mismo color, podríamos andar de la mano con ella más que contentos, sin miedo a perderla. Sin temor a quedar partidos de nuevo. Y ahí sí que podríamos sacarle el jugo a cada momento sin tener que exprimirnos la cabeza.

Y quién sabe un día nos despertaríamos convertidos en pasas de uva. Y nos daríamos cuenta que todavía estamos juntos.



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