Se sentó en un asiento de a dos en el colectivo. Tenía cara de cansada, pero a pesar de que se le cerraban los ojos sacó una libreta y una lapicera.
– La verdad que no tengo ganas de escribir un dialogo – dijo ella.
– ¿Por qué? – preguntó la otra.
– Porque es complicado y siempre me confundo – contestó.
– ¿Quién contestó? ¿Ella o la otra? – preguntó una.
– Ella. ¿No vez que la otra preguntó?
– Ah, pero confunde escrito así – manifestó esa.
– ¿No te digo que es difícil? Y además ¿te parece que manifestó queda bien? – cuestionó con tono molesto.
– Y no sé, pero no se me ocurre otra palabra. Si no, estaría escribiendo siempre lo mismo y al lector eso le hace ruido – dijo ella.
– ¡Y a mi que me importa el lector! Si total yo no lo voy a conocer. Ella va a publicarlo – dijo la otra.
– No vez que no entendés nada. Ella soy yo – dijo ella con seguridad.
La otra, ya un poco aburrida de tanta raya de cambio de narrador, miraba por la ventanilla la puerta de la facultad de medicina.
El texto se estiraba sin sentido, escurriéndose entre bostezos mientras a su alrededor nadie hablaba.
– ¿Cómo se estira y escurre un texto? – se escuchó.
– ¿Y quién lo dijo? – pregunto ella volviendo en sí de repente.
– ¿Quién dijo que eso se escuchó o quien dijo que el texto se escurrió?
– Las dos cosas – contestó ella.
– Yo – dijo una.
– ¿Una cual?
– No importa.
– ¿Cómo que no?
– Ya no. Ya nos perdimos. Son palabras de nadie.
– Entonces Nadie viene con nosotros en el colectivo – dijo asustada, mirando a su alrededor.
Afuera, Plaza Italia se alejaba escondiéndose cada vez mas entre las calles de Palermo.